domingo, 30 de enero de 2011

Un marciano en Bogotá

Por Guillermo Mejía Correa*

Los mejores años no se fueron. Lo que dejamos atrás fue solo la juventud, y no el goce.

Llegó el momento. Falta media hora para la cita. Enciendo el celular e inmediatamente aparece un mensaje de texto: “Ya me instalé en el Cuartel. Espero que no esté jincho cuando lleguen. Jajajaja.”. Es de Toño, para quien hemos organizado la tenida.

Lo llamo para contarle que voy en camino. Cuando llego al lugar, veo que el hombre no está. Le marco y me dice que se encuentra en la cervecería al lado de El Corral Gourmet. La reunión es una cuadra abajo, despiste de Toño con el cual he logrado llegar de primero al lugar, como me correspondía.

Al cabo de un rato veo venir a un hombre de sombrero de paño café, con aire de hacendado centroamericano, que camina hacia BBC, el Cuartel General. En honor a la verdad, en 35 años Toño ha ganado unos kilos y ha perdido el afro, pero conserva intactas su amabilidad y don de gentes.

Nos sentamos en la barra a esperar a la muchachada y entramos en materia. El recorrido de Toño por la vida ha sido tan interesante como variado. Como es natural, su vida familiar y profesional le da hoy una seguridad personal que no le conocimos hace 35 años. Tres matrimonios, un buen aprovechamiento del tiempo de estudio (mientras ejercía como Vicecónsul) y trabajos realizados en muy variadas ciudades, le otorgan una experiencia que le hace lucir mayor de lo que en verdad es. Me sorprende la propiedad con que se refiere a los planes de ordenamiento territorial este antropólogo con preparación en finanzas (y uno que otro doctorado y especialización). No es gratuito que tras el controvertido golpe de Estado en 2009 a Manuel Zelaya, el presidente de facto de Honduras, Roberto Micheletti, hubiese incluido a Herrera de la Torre dentro de su equipo de gobierno, confiándole una labor técnica de primer orden, cual fue la de estructurar el régimen municipal dentro del marco de la planificación moderna.

Sacándonos repentinamente de tan denso tema, y aterrizando en la realidad lúdica de la tarde, aparece la primera sorpresa, Eduardo Gutiérrez; ganadero de espíritu campesino y sencillo, Guti pronto intenta convencer a Toño de que no ha cambiado tanto como para que no lo reconozca. Observo que la sorpresa es mutua. Al final los dos se descubren detrás de su ‘nuevo’ empaque.

Al llegar Jorge Humberto Franco, intento un imposible, cual es hacer que se recuerden Franco y Gutiérrez. La razón es sencilla: Guti fue expulsado en 4º y Franco entró en 6º, luego no estudiaron nunca juntos. Vencida esta barrera académica y de tiempo, prosigue el desfile de bacanes. Santiago Sopó y Camilo Bazzani traen alzado a Felipe Vergara, y comienza la francachela.

Las tradicionales empanadas ‘prometidas’ por Sopó solo serán servidas cuando lleguen Nicolás Montejo y Néstor Avella. Muy grato también es ver llegar a Arturito Gómez, con viaje a Medellín de por medio, quien nos trae sus tradicionales carcajadas. Sopó entiende la importancia de este esfuerzo, y desprendidamente ordena una ronda más de empanaditas, las cuales son pocas, en las salvajes manos de Felipe y demás comensales y tomensales.

En medio de esta faena, brindis va, sorbo viene, se desatan las anécdotas colegiales, y cada quien tiene alguna qué contar. Gracias a la prodigiosa memoria de todos estos jóvenes, el recuento va hasta la autopista con 130, primera sede del Emilio. Si bien se raja por parejo sobre los discípulos, especialmente le los ausentes, los mejor cotizados para la viperina lengua de los presentes, reultan ser los profesores.

La supervivencia en medio de figuras rudas o exóticas como Chazán, Barbas, Alejandro Lleras, Martín Morales (alias ‘el viejo’) y Canuto, sumado al martirio inferido por el Loro, el Cerdo, el Cebú, La Chancha, el Buda, Ferreira, Molécula, Pachón o Pupo Manjarrés, nos recuerdan la hazaña que significa ser emilista.

Sale igualmente a la luz alguna actividad de capacitación interpersonal dirigida subrepticiamente por René Borda (no diré su segundo apellido para no revelar su identidad), que marcó a varios compañeros durante jornadas extracurriculares.

Transcurre el jolgorio y la noche toma forma. Con sus primeras sombras parte Franco, y le seguirán mucho más tarde los demás. Bazzanito tendrá la delicada misión de poner a Toño a bordo del transporte que lo llevará a casa de Guppi, en las gélidas montañas de La Calera, desde donde un par de horas después, nuestro querido Marciano da su parte de tranquilidad, en perfecto estado de sobriedad, y sano y a salvo de la plaga que festejó en la BBC su venida a Colombia.

* Por amable delegación recibida de Jaime De Gamboa

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